July 18, 2025
Por: María del Pilar Restrepo Mesa Colegiada La crisis planetaria actual, marcada por el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la degradación de ecosistemas, tiene una raíz profunda: la desconexión del ser humano con su propia esencia y con la naturaleza. A pesar de los discursos sobre sostenibilidad y soluciones basadas en la naturaleza, el verdadero cambio requiere una transformación interior, una reconexión desde el silencio y la introspección, que permita al ser humano reconocerse como parte integral del todo. Vivir desde adentro hacia afuera, en lugar de dejarnos llevar por el ruido externo, permite un despertar de consciencia. Este proceso, sustentado en la práctica del silencio interior, lleva a la comprensión de la interconexión con el universo, fomentando así el amor, la cooperación y acciones orientadas al bien común. Como señala el Papa Francisco en Fratelli Tutti (2020), se trata de pasar de un yo individualista a un "nosotros" comprometido con la casa común. Esta visión relacional impulsa la regeneración tanto interior como exterior y se traduce en un accionar colaborativo y sinérgico, que fortalece los bienes comunes como el agua, el aire y la biodiversidad (Ostrom, 2000). No obstante, esta tarea exige reconocer la realidad actual, marcada por un desajuste entre la biosfera —limitada y sobrecargada— y la tecnosfera; que, como advierte Urzúa (2013), representa una presión insostenible sobre los sistemas naturales, debido a la sobrepoblación y el consumo desmedido. La conciencia ecológica requiere cuestionarnos: ¿somos conscientes del daño que generamos?, ¿justificamos nuestra inacción? Estas preguntas ayudan a superar el "punto ciego" identificado por Goleman (2019); es decir, la tendencia a evitar la realidad para protegernos emocionalmente, lo que perpetúa la pasividad. Afrontar esta verdad exige humildad, entendida como la capacidad de reconciliarnos con nuestra humanidad y limitaciones (Grün, 2000), y desde allí construir nuevas formas de ser y actuar en armonía con el entorno. La propuesta también incorpora una mirada prospectiva: imaginar y planificar el futuro desde el presente. Siguiendo a Otto Scharmer (2007), se trata de "liderar desde el futuro que quiere emerger", un enfoque que invita a tomar decisiones basadas en la interdependencia y la reciprocidad, fortaleciendo nuestra conexión con el todo y con sentido de responsabilidad ética. En este contexto, surge una pregunta clave: ¿cómo pasar de ser el centro a actuar en unión con el todo? La ética ambiental exige responsabilidad colectiva e individual hacia el planeta, considerando no solo el presente sino también las generaciones futuras. Esta transformación, como sugiere Leonardo Boff (2002), requiere una "alfabetización ecológica" que nos lleve a revisar nuestros hábitos de consumo y adoptar una ética del cuidado, impulsada por la educación ambiental como herramienta para la sensibilización, la comprensión y la acción transformadora. Finalmente, Scharmer (2007) sostiene que “el éxito de una intervención depende del estado interior de quien la realiza”. De ahí que cualquier acción hacia la regeneración planetaria debe partir de una apertura de mente, corazón y voluntad, reconociendo nuestra corresponsabilidad y superando formas de pensar obsoletas. Lo sagrado, tal como nos invita Armstrong (2022), nos exige renovar nuestro ser: no podremos salvar el planeta sin un cambio radical en nuestra mente y corazón. Esta transformación profunda requiere disciplina, compromiso y una nueva forma de mirar la naturaleza con reverencia, lo que constituye el verdadero inicio de la regeneración planetaria.