¿Cuál es mi don, mi talento, mi habilidad, aquello que me hace un ser único, aquello que me permite salir de la sensación de oquedad? ¿Y si el talento no es mío, si solo se expresa a través de mí como la vida misma? Cuando me asomo a mi interior y no encuentro nada más que un agujero negro y callado, “como un vacío sin fondo”, pienso que soy imperfecta, que no fui dotada con talento alguno. Pero, cuando miro afuera y encuentro en todo lo que me rodea el propósito de su existencia, entonces me pregunto ¿por qué no puedo verlo en mí? ¿Me encuentro huérfana de talento? ¿Será que mi talento está oculto?, ¿será que no lo tengo?, ¿será que está sepultado? Y, si quieren medirlo, ¿cómo lo van a reconocer, si yo misma no lo veo? ¿Y cómo verlo, si estamos tan distraídos, desconectados y anestesiados, mirando hacia afuera, embelesados con el ego que nos lleva a la impostura, a la imitación, olvidando nuestra autenticidad, olvidando cómo regresar a nuestro interior para conectar cabeza, corazón y voluntad?
Si el talento es un don, una dotación biológica de la naturaleza, un regalo de mis ancestros, una marca de nacimiento, de mi esencia, de mi existencia, es entonces una semilla que en cualquier momento puede florecer; por lo tanto, lo tengo, está en mí, es mi herencia. ¿Pero el hecho de que esté en mí lo hace mío, o solo soy un canal para que se exprese? Esa semilla es un pequeño brote esperando su transmutación, lo que implica que la semilla muera para convertirse en flor, dando paso a una nueva vida que, en su interior, hospeda también la semilla que le dio origen. Dones y talentos son una manifestación del alma, una manifestación del propósito de vida, responden al para qué de la existencia, hacen parte del diseño humano, de lo que somos y para lo que fuimos hechos.